jueves, 17 de julio de 2008

Juan Herrezuelo - Segunda carta (ficticia) de Julio Cortázar a Fermín Estrella Gutiérrez.

Mi querido Estrella:

La sorpresa de recibir su respuesta a mi carta no fue menor que la experimentada por Robinsón al encontrar la huella de un pie descalzo en la arena de una isla que creía desierta. Ya no se trata únicamente de una botella lanzada al mar desde la orilla de esta aparente soledad sin paliativos, sino de una correspondencia en su estricto sentido, lo que nos convierte, estando como estamos –y qué le voy a contar a usted, amigo Estrella-, en interlocutores a la manera de los que en Pedro Páramo, la gran novela de Rulfo, entablan conversaciones a oscuras mientras oyen llover contra la tierra que los cubre.

Me alegra comprobar que su idea de la poesía sigue alejada de todo concepto solemne. Toda poesía que merezca ese nombre es un juego (…), y el poeta no es menos “importante”, digámoslo así, visto a la luz de su verdadera actividad, porque jugar poesía es jugar a pleno, echar hasta el último centavo sobre el tapete para arruinarse o hacer saltar la banca. Nada más riguroso que un juego: los niños respetan las leyes del barrilete o las esquinitas con un ahínco que no ponen en las de la gramática”1.

En éste y en otros territorios soy más partidario de los vasos comunicantes que de los compartimentos estancos, del mestizaje más que de la pureza de sangre, de los poemas permutantes más que de la rima en orden alfabético, y estoy persuadido de que etiquetar es otra forma de proceder al embalsamamiento de la cosa etiquetada2; de ahí que al componer la que sería edición póstuma de mis poemas obrase en consecuencia y alternase libremente eso que se ha dado en llamar “géneros literarios”: Si de géneros se trata –y más allá de todo género, si vamos a eso-, nunca quise mariposas clavadas en un cartón; busqué siempre una ecología poética, atisbarme y a veces reconocerme desde mundos diferentes, desde cosas que sólo los poemas no habían olvidado y me guardaban como viejas fotografías fieles. No aceptar otro orden que el de las afinidades, otra cronología que la del corazón, otro horario que el de los encuentros a deshora, lo verdaderos3.

Me sigue conmoviendo su nostalgia de la tierra natal. Creo que sucede con igual persistencia siempre que la expulsión de ese paraíso perdido que es la infancia se agrava con la pérdida simultánea de un espacio físico indisociable de ella, un espacio real, edén o patio de recreo o plaza pública con fuente salpicando la piedra en noches de verano y jazmín, ese agua fresca goteando aún en lo más hondo de su memoria. Mi caso es diferente: me elegí europeo, y llegué a sentirme un cobarde por no cumplir mi elección4. Le hablo de mis treinta y seis años, de los treinta y siete que ya tenía cumplidos cuando embarqué en el Provence con rumbo a Francia sin saber aún que al otro lado del océano me sería dado descubrir con el tiempo mi condición de latinoamericano como parte de una evolución más compleja y abierta. De la Argentina se alejó un escritor para quien la realidad debía culminar en un libro; en París nació un hombre para quien los libros deben culminar en la realidad5. En esa realidad hoy late la certeza de que el progreso tecnológico, en la ciega y vertiginosa forma en que está llevándose a cabo, es parte de una precipitación al vacío. Y todo nace, quizá, de una insatisfacción que no sabemos interpretar, que no nos detenemos a interpretar. Permítame que le cite unos versos propios:

Cada vez somos más los que creemos menos
en tantas cosas que llenaron nuestras vidas (…).
No por eso caemos con el celo del neófito
en esa ciencia que ya pone robots en la Luna6.


Actualice, amigo Estrella, esa inocente referencia a la Luna, sin duda frontera recién alcanzada en los días en que fueron escritos estos versos; piense en cualquiera de los avances tecnológicos con los cuales hoy se empequeñece el espacio y el tiempo, pero no la distancia entre los privilegiados y los desposeídos7.
¿Desengañados? Tal vez, pero nunca al extremo de olvidar el simple, el inconcebiblemente difícil y simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día que haya cesado la explotación del hombre por el hombre8. No antes, y desde luego no en el ciberespacio. En 1978 expresé mi convicción profunda, que cada día iba sintiendo más profundamente, de que estábamos entonces, como seguimos estando ahora, embarcados en una vía, en un camino equivocado. Es decir, que la humanidad se equivocó de camino9. Qué indecible horror, amigo Estrella, me produce comprobar lo mucho que el hombre ha avanzado en ese camino, del que entonces dije, literalmente, que era un camino históricamente falso que nos está llevado directamente a la catástrofe definitiva, a la aniquilación por cualquier motivo: bélico, polución del aire, contaminación, cansancio, suicidio universal10.Temo por todos ellos, Estrella, los vivos y los por vivir, como desde un balcón se teme por un niño que juega demasiado cerca de las vías mientras allá, justo antes de la última curva, vemos acercarse rápido el destello del sol en las ventanas de un tren.

Pero es lo que hay. Nada puede hacerse. Si en vez del pajarito mandón más conocido por Dios hubiera sido Louis Armstrong quien soplara en el flanco del primer hombre para animarlo y darle espíritu, el hombre hubiera salido mucho mejor11. Y le digo Armstrong porque en cuestión de soplar no había cronopio que lo igualara.
El oprobio que supone la existencia de ese lugar llamado Guantánamo es buena muestra de cómo el paisaje va afeándose más y más a medida que la humanidad sigue avanzando. Los alambres de espinos que circundan ese lugar no se tendieron para evitar que escaparan los presos, sino para impedir que entrara la justicia. En cualquier caso, los presos, culpables sin juicio, despojados de su dignidad de hombres, no huyen hacia fuera, de modo que, según me cuenta usted, han optado por huir hacia dentro de sí mismos, y no podían haber recurrido para hacerlo a ninguna otra herramienta más adecuada que la poesía. Sin duda se encontraran consigo mismos. Si pudiera, les trasladaría un consejo de Rilke: leed vuestros versos como si fueran ajenos, y sentiréis en lo más íntimo hasta qué punto son vuestros12.

Me despido sin más, amigo Estrella. Si ser cronopio es sentir que tú y tus circunstancias estáis en una escala diferente, ser a veces más grande que el caballo que monto, y caer otro día en uno de mis zapatos y darme un golpe terrible, sin contar el trabajo para salir, las escalas fabricadas nudo a nudo con los cordones y el terrible descubrimiento, ya en el borde, de que alguien ha guardado el zapato en el ropero y que estoy peor que Edmundo Dantes en la isla de If13; bueno, si ser cronopio es también eso–y yo dije que lo era-, he de admitir que soy más cronopio aquí de lo que nunca llegué a ser en vida.
Con todo el afecto:

Julio Cortázar




1 Último Round. “Poesía permutante”.
2 Y aquí podría Cortázar poner el ejemplo de los recuerdos: “Los famas”, esos seres modelo de orden, pulcritud y buenas maneras, tan opuestos a los cronopios, “para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos de la siguiente forma: luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contrala pared ce la sala con un cartelito que dice: “Excursión a Quilmes” o “Frank Sinatra”. Historias de Cronopios y de Famas. “Conservación de los recuerdos”.
3 Salvo el crepúsculo. 1984.
4 Cartas. De 3 enero 1951 a Fredi Guthmann.
5 Cartas. De 10 de mayo 1967 a Roberto Fernández Retamar.
6 Salvo el crepúsculo.
7 y 8 Cartas. De 10 de mayo 1967 a Roberto Fernández Retamar.
9 y 10 Evelyn Picón Garfield. Cortázar por Cortázar. México, Universidad Veracruzana, Cuadernos de texto crítico.
11 La vuelta al día en ochenta mundos. “Louis, enormísimo cronopio”.
12 Rainer Maria Rilke, Cartas a un joven poeta.
13 La vuelta al día en ochenta mundos.

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