martes, 15 de julio de 2008

Miguel Naveros - Kensal Rise






Estuvo aquí bien cerca de hacerse proletaria mi gran ausente,
proletaria de ladrillos oscuros porque la humedad hizo negros, del rojo, los rincones.
Aquí descontó cifras y aprendió algo importante, además de a restar:
que la piel escaldada es combustible para fabricar en serie los billetes,
mucho más que ese petróleo del que tanto hablamos.
Aquí vio que unos ojos son algo más que las miradas insinuantes del deseo,
que pueden arañar cuando buscan las migajas que alguien deja
en una cocina, un almacén o una trastienda,
o hasta en las calles mientras calientan las esquinas más antiguas del mundo.
Aquí vio cómo juegan a sangre los visados,
cómo el de una jerga empuja a los de otras
para sacarlos fuera y hacerle un hueco a alguien
con quien cambiar chistes a gusto, en la certeza de ser oído.
Todo vale para cumplir el gran sueño original,
el sueño decreciente que lleva hasta la pura subsistencia,
todo vale en esa quimera adelgazada de un pan mal tostado
con algo que lo alegre en su color aunque sepa siempre a lo mismo.
Vive así la ciudad, a empellones y codazos,
a zancadillas por lustrar hasta el brillo un pasamanos,
por darle al transeúnte mil panfletos,
por todo cuanto reporte seis peniques.

Estuvo aquí bien cerca de ser subproletaria mi gran ausente,
subproletaria, sí, porque subproletario es este proletariado venido del submundo,
el que anda por debajo en nuestros mapas y en lo que no son los mapas,
como si hubiesen pintado la tierra en escalera
que aclara piel y vida a medida que se va subiendo.
Todo es espejismo en este desierto de indecencia,
en este ovillo de nada que creemos Babel pero no mezcla lenguas,
que apenas entrecruza sus colores por las calles
para parecer algo distinto a lo que es,
el viejo cuento de siempre que todos nos sabemos pero nadie se atreve ya a contar.

Por cierto, atardece claro aquí, mi niña ausente,
en esta cuesta tranquila que sube a Willesden
y más allá hacia Wembley el de Charlton y Best.
Tarda en caer la noche y anda todo casi igual
en este cruce de ladrillos renegridos de humedad:
sólo el Charity, ahora un Todo a pound,
un colmaonet, que ya es el colmo,
y una mews redonda y nuevecita bajo la ventana vacía
me cuentan algo nuevo.
Hasta el viejo laborista que, por irlandés, amaba a Erice
sigue en su sitio al borde de los dardos, menos mal,
ante su pinta eterna y con la barba más larga, tañida de Tolstoi.

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