jueves, 17 de julio de 2008

José Antonio Santano - Sobre el libro "De varia lección" de José Juan Trillo.

NOTICIAS DEL AUTOR

José Juan Díaz Trillo (Huelva, 1958) es Profesor de Literatura. Ha sido director de la revista de educación Borrador, redactor de Con dados de Niebla y codirector de las hojas de Literatura y Arte El fantasma de la glorieta.

Ha sido finalista del Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez y ganador de los Premios Residencia (Extremadura, 1987) y Odón Betanzos (Huelva, 1993).

Su obra poética arranca en 1979 con el libro Melciades, Héroe de su herida (1988), Delicioso el hereje (1990), Para evitar la nieve (1993), El café de los tristes (1999) y la obra que hoy nos reúne De varia lección (2007).

Colabora habitualmente en revistas y prensa escrita.

Ha desempeñado cargos de responsabilidad pública y política, siendo actualmente el Presidente del Paraje Natural Marismas del Odiel.






DE LA OBRA "DE VARIA LECCIÓN"


Rogelio Blanco Martínez, Director General del Libro del Ministerio de Cultura y prologuista del poemario que hoy nos reúne, define De varia lección como una obra poliédrica y polifónica, y no le falta razón pues admite este libro varias lecturas, aunque no pretenda su autor dar lecciones a nadie.

Ciertamente es un poemario coral, en donde el tiempo es en esencia el hilo conductor del mismo. De varia lección se estructura en cuatro partes, a saber: Historia general, La semana que viene, Luz de agosto y Rosas grises.

En Historia General el poeta rememora un tiempo pasado, indaga en su interior y expresa cuanto en el solar de la memoria aviva su condición de hombre y de poeta. Evoca el sueño, la infancia, los juegos, la mirada primera. Y así dice:

Soñé cuando dormía; jamás lo he recordado.
Llevo en mí ese tiempo de corazón perdido,
de cuerpo que se apaga, de niño que no cierra
las palabras ni el cajón de su propia aventura.

...

Si veo aquella vida conozco el desamparo,
la pobreza y el signo de una calle muy estrecha
pero con voluntad de mundo, de gracia, de ternura.

...

Y supe que tendría que volver siempre a aquella calle,
la calle donde puse a la vida primera mi mirada,
volver a su fragor y a su aire purísimo,
a la verdad que se abría, que se abre, al recorrerla.

Su mundo es un mundo perdido en el recuerdo, que vive sin embargo a la luz del niño que fue y quiso ser:


No dije, o no lo sé, que todo niño
espanta, cuando crece, a la inocencia
y busca en soledad la rosa breve de la vida, ....


Lucha interior para rendirse cuentas a sí mismo. El poeta siente la soledad y se rebela contra sí y el mundo: <>. El hombre y el poeta se reclaman en un paréntesis último:

<< (Y si fuera feliz el resto de mi historia
que no sea yo quien tenga que contarlo)>>

Así de manera contundente concluye Díaz Trillo la primera parte del poemario.

En la segunda, titulada La semana que viene, el poeta nos habla de la fugacidad del tiempo, de la rutina del lunes -¿principio o fin?, habría que preguntarse- de la monotonía de las horas, de los días..., de tal manera que así nacen estos versos:

Lunes nuestro, tan viciado de pureza
y empeño, tan empeñado en borrar-
se rápido o en renacer como el aliento
que se toca en enero y expira diciéndo-
me que no me quede y salte
de la rutina a eso otro país que pienso.


El paso del tiempo, de los días de la semana, para mostrarnos al poeta en su esencia, el martes; en su soledad, el miércoles; con sus miedos y dudas, el amor, el jueves; la realidad del dolor y sus silencios que manifiesta al final de la semana y que descubre la desnudez del poeta en su desvalimiento, en su constante ir y venir del centro a la periferia, y viceversa.

El poeta al final del camino, a solas con su pasado y memoria de los días que se suceden rutinarios, iguales y distintos en su origen.
Concluye el poeta la semana y el domingo aflora en su interior como una luz emergente, como un grito de esperanza en el mañana -¿lunes?-, ¿en el futuro sin nombre?, cuando escribe:

Mejores son los días que no repiten nombre
y en sus horas no apacigua el destino
su herrumbre y profecía, su veneno
de siglos que nos fuerzan y enlazan
para que sólo algún nuevo dueño
proponga lunes donde sólo hay domingo
y fatiga y pobreza y contrabando
sin nombre de semanas sin sueño...

Domingo en la mañana,
pues, de la esperanza y del junco...


En Luz de agosto, tercera parte del libro, el poeta necesita acompañarse no sólo de la luz propia del verano (agosto es el mes elegido), sino también del paisaje y paisanaje, de la naturaleza en salvaje armonía. El poeta recurre a ella para entregarse amorosamente. Es la luz el corazón y la frontera, la naturaleza viva que lo mantiene atento a sus cambios y transformaciones; la luz y el abismo, la vida y la muerte, la nada y el todo:

La luz cuando agoniza
en Ayamonte el mar.

La oscuridad y la claridad, la vida misma en su esencia, en la brevedad del verso:

Aire, pues,
el de la vida aquí,
que no se calme nunca.

Luz de agosto como música de otro tiempo y otra vida. Luz de agosto y el mar en su frontera.


Y por último, Rosas grises, donde el poeta se adentra en la geografía personal de su experiencia, de sus percepciones. Recorre así el poeta ciudades-símbolo: Estocolmo, Venecia, Sevilla, Amsterdan... y en ellas siente los destellos de la vida, sin más. Es como si el poeta quisiera concluir el viaje o peregrinación resumiendo en la simbología de las rosas todo lo sentido en el tiempo, desde la vuelta a la memoria de la Historia general hasta el momento último en que se entrega, en cuerpo y alma, a su verdadera patria: el amor.

Volver a abrir ahora
otro cajón de rosas grises
y despertar, bajo la luz
constante del pasado,
el ánimo de armar
otro destino:
...

Patria nuestra la del amor
jamás rendida.

...

Porque sólo el amor
funda más memoria
y al levantarla
teje el rastro
de nuestra verdad
más honda.

....

                                Sin él
se precipita el olvido
y con él se arrastran
las horas más amargas


He tenido la fortuna de sentir el aleteo de las ramas de los quejigos, encinas y alcornocales de la Sierra de Aracena y el trino de los pájaros que en ellas se posan, mientras leía De varia lección. Ha sido, sinceramente, una experiencia inolvidable. Por un lado, porque he interiorizado la voz del poeta y desde ahora, espero que, también, del amigo José Juan Díaz Trillo; de otra, por sentir la conmoción de sus versos libres y desnudos.

De varia lección, un poemario para leer.

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